Tipo de Ruta: Circular Dificultad: Baja (IBP: 24)
Recorrido: 2,8 km Ciclable: NO
Tiempo Total: 1:30 horas Tiempo en Movimiento: 0:41 horas Altitud
mínima: 902 metros
Altitud máxima: 1019 metros Desnivel
positivo: 147 metros Desnivel
negativo: 147 metros
Desnivel acumulado: 294 metros Fuentes:
NO Sombras:
00%
Recomendada: todo el año Realizada: 28-03-2018 Señalizada: NO
Descripción:
Después de estar andando dos horas, por la senda del Río Duratón, aguas
abajo y arriba; del Puente de Villaseca. Donde vimos cuevas y disfrutamos del
paseo por la ribera. Nos trasladamos a nuestro segundo propósito, ver los
restos de la Ermita de San Frutos, y el magnifico meandro que el río
hace, en torno al lugar.
Tras casi cuatro kilómetros por pista de tierra, llegamos al estupendo aparcamiento.
Desde el que comienza el paseo, que desciende hasta el apartado emplazamiento,
donde se levantó la Ermita de San Frutos.
Descendiente de familia visigoda y acomodada. San Frutos nació
en el siglo VII y tenia dos hermanos; Valentín y Engracia. De acuerdo común y siendo
muy jóvenes, repartieron todos sus bienes entre los pobres y se retiraron a este
lugar para entregarse a la oración. Al fenecer San Frutos, a los 73 años de
edad, sus hermanos marcharon a Caballar, siendo capturados y torturado por los
moros.
Comenzamos alegremente desde los 1.019 metros,
descendiendo y asomándonos, a varios de los puntos que hacen de excelentes
miradores, sobre las Hoces del Río Duratón, y el embalse de
Burgomillodo. Teniendo siempre a la vista, los restos del templo.
Los restos que hoy contemplamos, es una construcción románica
del siglo XII, construida sobre la pequeña iglesia visigótica del siglo VII,
fundada por San Frutos y sus hermanos.
Para acceder a
la ermita, hay que pasar sobre un puente de piedra, datado del 1757; que salva
una grieta en la roca, conocida como “Cuchillada de San Frutos”. Pues cuenta la
leyenda que fue el Santo, el que la produjo con su báculo, para salvar a un
grupo de cristianos que huían de los moriscos.
Al otro lado del
puente nos encontramos una formidable cruz de hierro, sobre un pedestal de
piedra, que tiene grabadas siete llaves; que correspondían a las siete puertas
que tenía Sepúlveda.
La cruz se erigió en recuerdo de la peregrinación, que en 1900 propicio
el obispo de Segovia; José Ramón Quesada y Gascón (1898 – 1900).
Nos
adentramos en sus ruinas y llegamos al punto más bajo del recorrido sobre los
(1,66km – 902m). Vemos el pequeñísimo cementerio, que daba reposo a los monjes,
y regresamos, algo menos contentos, por la pendiente que tenemos que ascender;
sumando que el sol esta pegando de lo lindo. Pero con calma, y algún que otro
trago de agua, llegamos al coche.
Ahora
a regresar a Sepúlveda, donde esperamos gratificarnos con la comida, y luego; callejearemos un poco, para conocerla mejor.
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